Loomio
Sat 19 Jul 2014 12:23PM

Preborrador de Principios políticos.

PC Podemos Chamartín Public Seen by 34

Enviado por el equipo de preparación de la Asamblea Constituyente:

Documento: Pre-Borrador de ponencia política.
“La crisis del régimen de 1978, Podemos y la posibilidad del cambio político en España”

  1. Contexto: crisis de régimen, ofensiva oligárquica y ventana de oportunidad. El Estado español está atravesando una crisis que va más allá́ de la deslegitimación de sus élites políticas y que afecta a componentes centrales del sistema político y la institucionalidad, de la articulación territorial del Estado, del modelo de desarrollo y el equilibrio entre grupos sociales bajo la primacía de los sectores dominantes. A esta crisis algunos la venimos llamando desde hace años la crisis del régimen de 1978, para dar cuenta de una situación de agotamiento orgánico que, últimamente y de forma acentuada, se expresa de forma acelerada en una descomposición política y moral de las élites tradicionales, con la corrupción –que era el elemento engrasante del encaje político y económico del bloque dominante- como punta de lanza de su desprestigio junto con los ataques al Estado de Bienestar y a los derechos (laborales, sociales y políticos) adquiridos.

El movimiento 15M, junto con el ciclo de luchas que inaugura, contribuyó a articular una parte de las insatisfacciones que hasta ese momento estaban huérfanas o se vivían en forma aislada y despolitizada. Ayudó así́ decisivamente a introducir en el sentido común de época elementos impugnatorios del orden existente y que señalaban a las élites como responsables, agrupándolas simbólicamente y colapsando parcialmente, el juego de diferencias en el que descansa el pluralismo y la oxigenación del régimen. El 15M avejentó a las élites y a las narrativas oficiales, poniendo en evidencia el agotamiento de sus consensos, de sus certezas, de los marcos con los que se distribuían las posiciones y se explicaba el rol de cada cual en el contrato social o se canalizaban las demandas ciudadanas. Con todo, esta acumulación de pequeñas transformaciones culturales no afectó por igual en todo el país ni alteró los equilibrios de fuerza electorales e institucionales.

El PP fue inicialmente el gran beneficiado de un terremoto que sacudió́ fundamentalmente a los votantes de la izquierda y que, paradójicamente, situó́ a las fuerzas conservadoras a la defensiva y alerta, pero permitió́ al PP una mayoría absoluta pese a recibir menos votos que los obtenidos por el PSOE en las elecciones de 2008. El 15M, al mismo tiempo, debilitaba la autorización electoral: ganar unas elecciones ya no era el único elemento de legitimación política, y desde luego no constituye ya un cheque en blanco. Pero la desafección se ha producido sobre un terreno social y cultural fragmentado por 30 años de neoliberalismo, con las identidades colectivas -la de clase en primer lugar, pero también las narrativas ideológicas tradicionales- en retroceso e incapaces de servir de superficie de inscripción para articular todos los diferentes descontentos con el statu quo. Uno de los retos a los que se enfrenta Podemos es ser capaz de articular esos descontentos y sus identidades.

Mientras que en la calle aumentaban las voces de protesta en lo que ha sido todo un ciclo de movilizaciones de distintos tipos (sociales, políticas, laborales, etc.) en las instituciones el partido de la derecha acumulaba un poder inédito, en el que se apoyó́ para lanzar un duro y ambicioso proyecto de reforma oligárquica del Estado. El centroizquierda del PSOE, con un notable bloqueo de su imaginación política, apenas dijo nada que le permitiese conectar con el nuevo clima. Estaba, además, firmemente comprometido con el sostenimiento del statu quo y el programa de ajuste impuesto por la Troika, que le llevó a aceptar un rol subalterno con respecto al PP que no ha dejado de pasarle factura en las urnas desde entonces. IU, vinculada generacional y culturalmente al orden de 1978, ha tenido en general- y salvo honrosas excepciones principalmente provenientes de las bases- reacciones tímidas y conservadoras, que confiaban en estarse moviendo en los mismos parámetros de antes de la crisis orgánica y en recoger en forma paulatina y progresiva los apoyos que iba perdiendo el PSOE, desde su autoubicación a su “izquierda”.

En medio de la crisis política, las fuerzas de izquierda nacionalista han analizado, en todo el Estado, y en particular en Catalunya, que este es el momento preciso para aparecer en la movilización soberanista. Lo han hecho, en general, confiando en la unilateralidad, una estrategia muy rentable en el corto plazo electoral pero que puede abocarles ahora a un callejón de muy difícil salida, como podríamos ver con motivo de la consulta en Catalunya el 9 de noviembre. La cuestión general constituyente reaparecería así́ en toda su complejidad y plurinacionalidad. Las hipótesis movimientistas y de gran parte de la extrema izquierda, instaladas en un cierto mecanicismo por el que “lo social” ha de preceder siempre a “lo político”, se han demostrado incorrectas para romper la impotencia de la espera y proponer pasos concretos más allá́ movilización.

Todo esto ha sucedido mientras los sectores dominantes desplegaban una amplia y profunda ofensiva sobre el pacto social y político de 1978. Esta ofensiva deconstituyente busca dejar sin sentido o sin vigencia las partes más progresistas del acuerdo constitucional, marchar sobre los contrapesos populares o democráticos en los equilibrios del Estado y abrir una redistribución regresiva del poder y la renta, aun más en favor de la minoría dominante. Seguramente la disyuntiva política estratégica hoy está entre restauración oligárquica o apertura democrático- plebeya, posiblemente en un sentido constituyente.

Por tanto, los análisis excesivamente optimistas con respecto a la crisis orgánica del régimen de 1978 deben ser compensados al menos con dos aseveraciones:

1) Esta crisis se produce en el marco de un Estado del Norte, integrado en la Unión Europea y la OTAN, que no ha visto mermada su capacidad de ordenar el territorio y monopolizar la violencia; de ordenar los comportamientos y producir certeza y hábitos; que no vive importantes fisuras en sus aparatos y que no parece que vaya a sucumbir por acometidas de movilización social más o menos disruptiva. Esto imposibilita tanto las hipótesis insurreccionales como las de construcción de contrapoderes “por fuera” de la estatalidad.

2) La crisis política puede tener mucha menor duración que la económica: no tenemos todo el tiempo del mundo. Una buena parte de la contestación social hoy existente deriva de una “crisis de expectativas” que ya no se repetirá́ para las siguientes generaciones, sobre las que hace mella el efecto domesticador del miedo y el empobrecimiento, con una exclusión social que ya amenaza a un tercio de la población y que podría estabilizarse en esos umbrales. Al mismo tiempo, el exilio y la destrucción de los nichos sociales y profesionales de los que se nutre la contestación (tercer sector y ONGs, universidad, funcionariado, sindicalismo,etc.) es un torpedo contra la línea de flotación material de la militancia de la izquierda. Tras una serie de ajustes que sean además vividos como una victoria política de alto contenido simbólico sobre las clases subalternas, la oligarquía puede estabilizar un país ya disciplinado que asuma como normal el empobrecimiento y exclusión de amplias capas sociales y determinados estrechamientos en las posibilidades democráticas. Los ejemplos estadounidense e inglés tras Margaret Thatcher nos tienen que servir de alerta: el neoliberalismo destruye pero, sobre la derrota de las clases populares, también construye nuevos órdenes y acuerdos. Si la crisis económica parece que tendrá́ un largo recorrido, la ventana de oportunidad abierta puede cerrarse mucho antes si se consuma la ofensiva oligárquica con un cierto reposicionamiento subordinado de un PSOE algo oxigenado y si las élites proceden a una restauración por arriba que asuma la parte más inofensiva de las demandas ciudadanas que hoy no tienen cabida en el orden de 1978 y el rol semicolonial en la Unión Europea.

  1. Las elecciones del 25 de mayo de 2014 y el nuevo escenario político. Las elecciones europeas del 25 de mayo de 2014 no fueron unos comicios más, sino que supusieron un pequeño terremoto en el escenario político que mostró algunos de sus precarios equilibrios y lo endeble de posiciones que parecían muy asentadas.

El dato más relevante es que el Partido Popular, que perdió́ 2,6 millones de votos, y el Partido Socialista Obrero Español, que perdió́ 2,5, juntos apenas alcanzaron el 49% del sufragio. No es sólo que “perdiesen” las elecciones por primera vez en la historia de nuestro sistema de partidos (cuando en las elecciones europeas de 2009 sumaron juntos el 81% del voto), sino, más importante, que se rompió́ el juego de vasos comunicantes por el cual lo que pierde el primer partido de la alternancia lo recibe el otro, en un movimiento que oxigena la pluralidad interna al tiempo que cierra la puerta a la alternativa y salvaguarda los consensos sistémicos que comparten los dos partidos dinásticos.

El elemento fundamental de esta erosión de los principales partidos del régimen –que no todos, no hay que confundir régimen con bipartidismo como hacen otros- es el desgaste y la crisis del PSOE. El Partido Socialista ha sido (tras el papel inicial del PCE y CCOO) el artífice de la integración de las clases subalternas al Estado de 1978 (y por tanto también de las conquistas sociales subordinadas en éste) y pieza clave, después, en su incorporación al pacto social neoliberal. Es quien cierra el espacio político “por la izquierda” y es su crisis la que abre las oportunidades políticas para una nueva mayoría. Si se recompusiera siquiera parcialmente de su desprestigio y sus problemas internos, y postulase un nuevo líder con pocos vínculos simbólicos con el pasado, podría recuperar parte del espacio perdido y estrechar así́ las opciones para una fuerza de ruptura democrática, relativamente transversal dentro del discurso de unidad popular y ciudadana.

La otra amenaza para la expansión de la ruptura sería que el Gobierno pudiese presentar tímidas “evidencias” de que las medidas de ajuste nos han hecho pasar ya lo más duro y que se avecina la recuperación. Por lenta y remota que sea, la narrativa de que se han hecho los deberes más duros y ahora se avecina el tiempo de la cosecha del esfuerzo, es muy peligrosa por la reoxigenación.

Junto con esa ruptura del movimiento de vasos comunicantes, se ha rasgado el mito de la imposibilidad de una mayoría que no pase por el PP y el PSOE, y por tanto de la necesidad de colocarse a uno de sus costados ideológicos. Las elecciones del 25M han mostrado que hay posibilidades de una nueva mayoría, y esa grieta en el imaginario del orden permite avanzar las hipótesis más arriesgadas y audaces, que ya no parecen imposibles para la sociedad. Podemos, con sus 1.245.000 votos y su 8% a nivel estatal, ha irrumpido como una fuerza política con mucha mayor fuerza de la que reflejan los números. No es exagerado decir que estamos hoy en el centro del debate político español: somos el objeto prioritario de los ataques del PP, del PSOE y del oligopolio mediático. La casta se ha mostrado claramente a la defensiva, usando nuestras palabras y corriendo a justificarse, a insultarnos o a vestirse con ropajes nuevos. Los creadores de opinión del régimen están envueltos en una masiva operación de reenmarcado que sitúe la discusión pública no sobre los problemas de España sino sobre situaciones o actores de otro tiempo o que están a miles de kilómetros de distancia; al mismo tiempo, intentan que Podemos no hable más que para defenderse, que se discuta no de lo que dice Podemos sino sobre la “polémica” continua en torno a Podemos, que más allá́ de su veracidad genere un efecto de ruido y alejamiento, así́ como de encasillamiento en una posición simbólica de “extrema izquierda”, ignorando la diversidad de sus votantes y simpatizantes. Podemos ha tenido dificultades hasta ahora burlando esta maniobra de cerco con la que la casta pretende volver a las certezas de antes de la crisis política, pero los principales portavoces de esta ofensiva no tienen hoy el prestigio ni el crédito de antes de la crisis orgánica, lo que lastra su labor y abre la posibilidad de una reacción boomerang entre sectores muy diversos. Lo desmesurado de los ataques también ha ilustrado a ojos de mucha gente el miedo que Podemos ha despertado en los sectores más conservadores del régimen del 78.

Con todo, los resultados del 25M y su impacto en el escenario político español demuestran la validez de la hipótesis de la unidad popular: pese a nuestra fragilidad organizativa -comprensible para una fuerza recién nacida-, hemos abierto una grieta que hoy ha acelerado el tiempo político español, ha sacudido los viejos equilibrios, ha provocado dimisiones y prisas en la recomposición y ha mostrado un posible camino para construir una mayoría política de cambio en un sentido popular en España. Nuestro reto ahora es estar a la altura de la inmensa ola de expectativas y esperanzas que hemos generado. Porque el momento actual presenta diferentes elementos que constituyen una oportunidad política difícilmente mejorable en un contexto no revolucionario: relativa debilidad política del gobierno, ausencia de indicadores positivos –siquiera sea parciales- con los que renovar la confianza en el ajuste, crisis del principal partido de la alternancia en el turnismo, expansión del descontento, espiral ascendente de ilusión popular por la posibilidad del cambio, que principalmente cristaliza en Podemos, y falta de elementos culturales y simbólicos con los que las élites viejas puedan relanzar algún relato para recuperar parte de la confianza y el prestigio perdido.

En un contexto de aguda deslegitimación del conjunto del entramado político e institucional del régimen -que no deja de dar muestras de podredumbre, si bien hasta ahora controlada- Podemos aparece como una fuerza outsider, sin hipotecas (de ahí́ el esfuerzo de los medios del régimen por fabricar una “mochila ideológica” extremista) y en la mejor posición para cosechar el desprestigio del establishment. Esa posición, que nos convierte en un claro referente de la dicotomía “nuevo/viejo” (de las formas participadas y con protagonismo ciudadana y popular frente a las viejas formas de política de élites y despachos), será́ incompatible con el menor caso de corrupción y es hasta cierto punto difícil de mantener en el tiempo cuando nuestra política no sea sólo de construcción de voluntad de cambio sino que se enrede en la gestión, sus necesarias transacciones y compromisos, en un momento de estrechamiento de la autonomía de las instituciones subnacionales frente al plan de ajuste.

Por decirlo en forma directa: el momento es ahora, antes de que los grandes actores y el entramado mediático-financiero y de los aparatos del Estado recompongan parte de la legitimidad perdida al tiempo que despliegan una campaña articulada y previsiblemente brutal contra Podemos. El momento es ahora, también, porque en un Estado moderno con una sociedad civil articulada –y en nuestro caso fuertemente hegemonizada por la derecha- el mero paso del tiempo nos desgasta y nos asienta como un actor más en un sistema de partidos en recomposición, abocándonos a una estrategia de lento crecimiento en un escenario ya estabilizado, en el que sería difícil competir con los partidos políticos grandes que representan a los poderes dominantes. Es ahora, en el momento de la descomposición, cuando Podemos puede ser una palanca que subvierta las posiciones dadas, hoy más bien flotantes y frágiles los equilibrios e identificaciones, y llegue al Gobierno postulando un discurso de excepción para una situación de excepción: todo se cae, lo viejo ha perdido la confianza y la vergüenza, que se vayan todos, hace falta un gobierno nuevo al servicio de la gente; Podemos es esa fuerza, por capacidad, honestidad y voluntad. Esta maniobra puede no darse de inmediato ni en solitario, pero es el tipo de orientación, estilo y perspectiva que nos puede permitir ganar. A ella habría que adaptar el tipo de organización, la política de alianzas y el marco estratégico en el que inscribamos las diferentes iniciativas políticas.

Desde este marco de análisis podemos situar con mejor perspectiva el necesario y crucial debate en torno a las tareas y desafíos que tiene que afrontar Podemos en este ciclo político acelerado y sin duda decisivo. Pensar los siguientes pasos a dar, tanto en los niveles institucionales: elecciones municipales, autonómicas y generales; como organizativos: qué organización a la altura de este presente y sus desafíos, qué herramienta para sumar, articular y conformar una nueva mayoría con voluntad y capacidad de poder político.

Tenemos por delante un año y medio que va a ser decisivo en la historia de nuestro país. Por el propio calendario y el desarrollo de la crisis política, lo electoral está y va a estar en el centro de la disputa política en este ciclo acelerado, aunque no es el único terreno político. Podemos tendrá́ que dotarse de herramientas que le permitan librar esas contiendas con eficacia. La prioridad en lo organizativo que se deriva de un análisis y unos retos como los aquí́ esbozados, es por tanto la de construir en primer lugar una maquina política, discursiva y electoral -que no se limita a la estructura de Podemos y que irradia ya a otros actores- que esté en disposición de aprovechar la ventana de oportunidad de la crisis del régimen de 1978, en un contexto de enorme hostigamiento y maniobras de distracción o de estigmatización, en el mejor de los casos, y de destrucción política en el extremo. Tenemos ante nosotros la posibilidad y la responsabilidad de contribuir decisivamente a la construcción de una voluntad popular nueva para el cambio político en favor de las mayorías sociales.

Podemos, claro que Podemos.

EGH

Eulogio Gonzalez Hernandez Thu 24 Jul 2014 9:23AM

El borrador de Ponencia Política

Podemos y la recomposición del régimen del 78

Santiago Alba Rico, Carlos Fernández Liria, Javier Mestre

Rebelión

Es difícil negar ya la perspicacia de Podemos a la hora de analizar los marcos políticos existentes y de intervenir en una relación de fuerzas que se había aceptado -a derecha e izquierda- como inmodificable en su conjunto. El resultado de las elecciones europeas y, sobre todo, la cerrada campaña desatada contra la nueva fuerza política dan buena medida de hasta qué punto Podemos ha movilizado al electorado y ha asustado a los defensores del régimen del 78. El erizamiento casi felino de ciertos medios, los ataques e insultos de políticos y periodistas orgánicos de la derecha y la tentativa abyecta de desacreditar a Pablo Iglesias a cualquier precio no se corresponden con la pequeñísima representación institucional de Podemos en el Parlamento europeo ni, desde luego, con su musculatura organizativa. Podemos es tratado ya como una alternativa de poder incluso antes de tener una sede y una estructura de gestión y, si eso debe reconfortarnos a los que hemos apoyado desde el principio la iniciativa (y que, antes de esta epidemia de entusiasmo, nos habíamos resignado a movernos en los márgenes, con nuestros principios y nuestras nostalgias), debe también mantenernos despiertos y en estado de alerta. Invirtiendo el famoso adagio del poeta Hölderlin, cuando crecen los “medios de salvación” crecen paralelamente las amenazas. Sería de una gran ingenuidad pensar que, puesto que se nos trata ya como una “alternativa de gobierno”, somos ya una alternativa de gobierno. Es más bien al contrario: se nos trata como una alternativa de gobierno para impedir que lleguemos a gobernar.
En este contexto -de respuestas emulativas o criminalizadoras al crecimiento de Podemos- se ha hecho público el así llamado borrador de ponencia politica del proyecto: “La crisis del régimen del 78, Podemos y la posibilidad del cambio político en España”. Aunque es un texto difícil y a menudo correoso, del que se podría hacer quizás una versión realmente “plebeya” -como plebeya es la fuerza de Podemos- para su discusión en los Círculos, no puede negarse ni la finura del análisis ni la perspicacia estratégica. Si la campaña realizada demuestra la calidad del saber concentrado en la propuesta, a cuya invertebrada estructura no dejan de afluir las competencias individuales más ricas y dispares, este texto revela la formidable preparación intelectual depositada en el proyecto. No creemos, en realidad, que haya ninguna fuerza mejor preparada para gobernar que Podemos, a lo que se une una disposición desinteresada -antes hubiéramos dicho “militante”- que cristaliza en una miríada de contribuciones técnicas individuales sobre el terreno sin las cuales no se habría llegado hasta aquí ni, desde luego, podría aspirarse a ir más lejos. A esta combinación de preparación intelectual sin precedentes y disposición militante en ámbitos técnicos y -por así decir- “profesionales” sólo le falta (¡sólo!) una organización estable y sensata (es decir articulada y democrática) para ser irresistible. Ese es el desafío de la Asamblea convocada para el próximo otoño.

En este sentido, lo más interesante del documento citado de Podemos es la vertiente -digamos- apremiante y hasta alarmista. El texto puede dividirse en tres partes. La primera se ocupa de la descomposición del régimen del 78 en sus dos frentes, el político y el económico, y de la objetiva imposibilidad de una transformación del sistema “desde fuera”, por la vía -digamos- “revolucionaria”; la segunda se centra en las estrategias de recomposición de ese régimen que la irrupción de Podemos ha acelerado y moldeado. Lo que el documento sostiene de manera inobjetable es que en la intersección de la crisis de régimen, uno de cuyos síntomas es precisamente Podemos, y de las respuestas que el propio régimen elabora para salir de ella, que Podemos ha intensificado y alterado, surge una posibilidad transformadora con la que hasta hace pocos meses no podíamos soñar -o con la que sólo podiamos soñar. Esta es la tercera parte del documento, la que recuerda acertadamente que “el momento es ahora” obligando a asumir, como un dato interno a las relaciones de fuerza y a las esperanzas de cambio, la “urgencia” de la intervención.

Ahora o nunca, viene a decirnos el documento. Si perdemos esta oportunidad de desplazar el sentido común hacia la izquierda (incluso si no la nombramos así) no habrá otra parecida en décadas y además -hay que añadir- nuestra ausencia no será sencillamente un vacío: será colmada desde la derecha y, peor aún, desde la extrema derecha. Es esta “oportunidad” la que ha señalado y activado Podemos y, a nuestro juicio, Podemos es sólo ese precipitado químico capaz de desencadenar nuevas reacciones en cadena. Sabemos que hay otras fuerzas con programas parecidos y, en otros partidos, incluso en partidos del régimen, miles y miles de votantes y militantes dispersos que perciben y buscan exactamente lo mismo. La ventaja de Podemos para catalizar esos formidables impulsos dispersos es objetiva y, si se quiere, impersonal: procede justamente de su carencia de genealogía y de identidad -carencia ligada por eso mismo a una serie de principios y de prácticas no contaminadas por el régimen y que comparecen como “nuevas” en un sentido exactamente inverso al mercantil o electoralista. No se trata de defender Podemos (como se defiende el PSOE o el Real Madrid) sino de defender la “oportunidad impersonal” que encarna junto a otras iniciativas; y es a esa oportunidad a la que en estos momentos deberíamos sacrificar genealogías e identidades que -al menos para los firmantes de este artículo- son no sólo respetables sino muy “verdaderas”, pero que pueden convertirse en un obstáculo a efectos de actualización histórica y política de la “verdad” que contienen.

EGH

Eulogio Gonzalez Hernandez Thu 24 Jul 2014 9:26AM

Repetido del articulo anterior con el que estoy de acuerdo.

y es a esa oportunidad a la que en estos momentos deberíamos sacrificar genealogías e identidades que -al menos para los firmantes de este artículo- son no sólo respetables sino muy “verdaderas”, pero que pueden convertirse en un obstáculo a efectos de actualización histórica y política de la “verdad” que contienen.

EGH

Eulogio Gonzalez Hernandez Thu 24 Jul 2014 10:17AM

Me falto esto del articulo.

La “urgencia” -diagnostica bien el documento- tiene que ver con esas estrategias de recomposición del régimen que Podemos ha acelerado y que podrían llevar a un relegitimación de los marcos políticos vigentes. Por eso esta “urgencia” es, al mismo tiempo, inseparable de la conciencia de dos peligros que podrían echar por tierra la oportunidad sin precedentes en cuyo umbral nos encontramos. Es “urgente” intervenir porque la “ventana de oportunidad” puede cerrarse a poco que mejore -incluso ilusoriamente- la situación económica y los partidos del régimen consigan lavar su cara; y a poco también que triunfe la doble estrategia del régimen orientada simultáneamente a criminalizar Podemos como una fuerza de extrema-izquierda (lo viejo de la izquierda) y a integrarla como una fuerza más en el régimen (lo viejo del sistema).

Es “urgente” vencer, pues, para evitar este doble peligro; pero la urgencia de ganar -la condición misma de la victoria - es indisociable también de la necesidad de sortear estas dos amenazas . Si queremos transformar España tenemos que transformarla ya, pues el tiempo opera siempre a favor de las fuerzas conservadoras, mejor situadas para neutralizar o corromper las fuerzas de cambio. Pero si queremos transformar España ya, la constelación Podemos debe mantener a toda costa esa “novedad impersonal” arriba mencionada: ni puede reproducir los viejos discursos y tics de la izquierda ni sucumbir a las corrupciones organizativas de la derecha. Es urgente organizarse para vencer; es urgente organizarse bien. Es muy difícil organizarse bien -en general- y es aún más difícil organizarse bien con tanta urgencia. Por eso -evocando una feliz frase de nuestro amigo Jonatham F. Moriche- va a hacer falta una rara combinación de “cálculos, principios, propuestas y afectos” para estar a la altura de esta oportunidad histórica. Del régimen debemos esperar lo peor y cumple prepararse ya para la confrontación; pero por primera vez en décadas ningún fatalismo debe presidir nuestros actos, pues por primera vez en décadas una buena parte de nuestro destino político está en nuestras manos. Depende de las decisiones que tomemos. Podemos ha demostrado ya que la intevención es posible, que nuestros aciertos generan efectos. Podemos, en realidad, es sólo el nombre de esa posibilidad y de esa oportunidad. El nombre de un milagro que, como todos los milagros, no se repetirá y que, por eso mismo, hay que convertir en rutina de gobierno. No desperdiciemos la ocasión. En lo que depende de nosotros -cálculos, principios, propuestas, afectos- no hagamos la menor concesión, no demos la menor seña de debilidad al régimen que quiere aniquilarnos; ni desilusionemos -cálculos, principios, propuestas, afectos- a toda esa gente que ha dejado de creer en los políticos porque, gracias a Podemos , empieza a creer, o vuelve a creer, en la política.

IM

Poll Created Fri 25 Jul 2014 10:56AM

Aportes de la reunión de contenidos 24-07-2014 Closed Tue 29 Jul 2014 5:10PM

Después de la reunión mantenida ayer con respecto a este documento se hace la siguiente propuesta por parte de Contenidos antes de presentarse a la asamblea. (Novedades: Segundo y último párrafos)

Preborrador de Principios políticos.
Enviado por el equipo de preparación de la Asamblea Constituyente:
Documento: Pre-Borrador de ponencia política.
“La crisis del régimen de 1978, Podemos y la posibilidad del cambio político en España”
1. Contexto: crisis de régimen, ofensiva oligárquica y ventana de oportunidad.
El Estado español está atravesando una crisis que va más allá́ de la deslegitimación de sus élites políticas y que afecta a componentes centrales del sistema político y la institucionalidad, de la articulación territorial del Estado, del modelo de desarrollo y el equilibrio entre grupos sociales bajo la primacía de los sectores dominantes. A esta crisis algunos la venimos llamando desde hace años la crisis del régimen de 1978, para dar cuenta de una situación de agotamiento orgánico que, últimamente y de forma acentuada, se expresa de forma acelerada en una descomposición política y moral de las élites tradicionales, con la corrupción –que era el elemento engrasante del encaje político y económico del bloque dominante- como punta de lanza de su desprestigio junto con los ataques al Estado de Bienestar y a los derechos (laborales, sociales y políticos) adquiridos. Régimen nacido en un gran ambiente de tensión provocado por las resistencias generadas por el propio régimen, grupos franquistas de extrema derecha que además, contaban con un apoyo considerable dentro del ejército. La democracia se estableció sin ruptura con la dictadura.
El movimiento 15M, junto con el ciclo de luchas que inaugura, contribuyó a articular una parte de las insatisfacciones que hasta ese momento estaban huérfanas o se vivían en forma aislada y despolitizada. Ayudó así́ decisivamente a introducir en el sentido común de época elementos impugnatorios del orden existente y que señalaban a las élites como responsables, agrupándolas simbólicamente y colapsando parcialmente, el juego de diferencias en el que descansa el pluralismo y la oxigenación del régimen. El 15M avejentó a las élites y a las narrativas oficiales, poniendo en evidencia el agotamiento de sus consensos, de sus certezas, de los marcos con los que se distribuían las posiciones y se explicaba el rol de cada cual en el contrato social o se canalizaban las demandas ciudadanas. Con todo, esta acumulación de pequeñas transformaciones culturales no afectó por igual en todo el país ni alteró los equilibrios de fuerza electorales e institucionales.
El PP fue inicialmente el gran beneficiado de un terremoto que sacudió́ fundamentalmente a los votantes de la izquierda y que, paradójicamente, situó́ a las fuerzas conservadoras a la defensiva y alerta, pero permitió́ al PP una mayoría absoluta pese a recibir menos votos que los obtenidos por el PSOE en las elecciones de 2008. El 15M, al mismo tiempo, debilitaba la autorización electoral: ganar unas elecciones ya no era el único elemento de legitimación política, y desde luego no constituye ya un cheque en blanco. Pero la desafección se ha producido sobre un terreno social y cultural fragmentado por 30 años de neoliberalismo, con las identidades colectivas -la de clase en primer lugar, pero también las narrativas ideológicas tradicionales- en retroceso e incapaces de servir de superficie de inscripción para articular todos los diferentes descontentos con el statu quo. Uno de los retos a los que se enfrenta Podemos es ser capaz de articular esos descontentos y sus identidades.
Mientras que en la calle aumentaban las voces de protesta en lo que ha sido todo un ciclo de movilizaciones de distintos tipos (sociales, políticas, laborales, etc.) en las instituciones el partido de la derecha acumulaba un poder inédito, en el que se apoyó́ para lanzar un duro y ambicioso proyecto de reforma oligárquica del Estado. El centroizquierda del PSOE, con un notable bloqueo de su imaginación política, apenas dijo nada que le permitiese conectar con el nuevo clima. Estaba, además, firmemente comprometido con el sostenimiento del statu quo y el programa de ajuste impuesto por la Troika, que le llevó a aceptar un rol subalterno con respecto al PP que no ha dejado de pasarle factura en las urnas desde entonces. IU, vinculada generacional y culturalmente al orden de 1978, ha tenido en general- y salvo honrosas excepciones principalmente provenientes de las bases- reacciones tímidas y conservadoras, que confiaban en estarse moviendo en los mismos parámetros de antes de la crisis orgánica y en recoger en forma paulatina y progresiva los apoyos que iba perdiendo el PSOE, desde su autoubicación a su “izquierda”.
En medio de la crisis política, las fuerzas de izquierda nacionalista han analizado, en todo el Estado, y en particular en Catalunya, que este es el momento preciso para aparecer en la movilización soberanista. Lo han hecho, en general, confiando en la unilateralidad, una estrategia muy rentable en el corto plazo electoral pero que puede abocarles ahora a un callejón de muy difícil salida, como podríamos ver con motivo de la consulta en Catalunya el 9 de noviembre. La cuestión general constituyente reaparecería así́ en toda su complejidad y plurinacionalidad. Las hipótesis movimientistas y de gran parte de la extrema izquierda, instaladas en un cierto mecanicismo por el que “lo social” ha de preceder siempre a “lo político”, se han demostrado incorrectas para romper la impotencia de la espera y proponer pasos concretos más allá́ movilización.
Todo esto ha sucedido mientras los sectores dominantes desplegaban una amplia y profunda ofensiva sobre el pacto social y político de 1978. Esta ofensiva deconstituyente busca dejar sin sentido o sin vigencia las partes más progresistas del acuerdo constitucional, marchar sobre los contrapesos populares o democráticos en los equilibrios del Estado y abrir una redistribución regresiva del poder y la renta, aun más en favor de la minoría dominante. Seguramente la disyuntiva política estratégica hoy está entre restauración oligárquica o apertura democrático- plebeya, posiblemente en un sentido constituyente.
Por tanto, los análisis excesivamente optimistas con respecto a la crisis orgánica del régimen de 1978 deben ser compensados al menos con dos aseveraciones:
1) Esta crisis se produce en el marco de un Estado del Norte, integrado en la Unión Europea y la OTAN, que no ha visto mermada su capacidad de ordenar el territorio y monopolizar la violencia; de ordenar los comportamientos y producir certeza y hábitos; que no vive importantes fisuras en sus aparatos y que no parece que vaya a sucumbir por acometidas de movilización social más o menos disruptiva. Esto imposibilita tanto las hipótesis insurreccionales como las de construcción de contrapoderes “por fuera” de la estatalidad.
2) La crisis política puede tener mucha menor duración que la económica: no tenemos todo el tiempo del mundo. Una buena parte de la contestación social hoy existente deriva de una “crisis de expectativas” que ya no se repetirá́ para las siguientes generaciones, sobre las que hace mella el efecto domesticador del miedo y el empobrecimiento, con una exclusión social que ya amenaza a un tercio de la población y que podría estabilizarse en esos umbrales. Al mismo tiempo, el exilio y la destrucción de los nichos sociales y profesionales de los que se nutre la contestación (tercer sector y ONGs, universidad, funcionariado, sindicalismo,etc.) es un torpedo contra la línea de flotación material de la militancia de la izquierda. Tras una serie de ajustes que sean además vividos como una victoria política de alto contenido simbólico sobre las clases subalternas, la oligarquía puede estabilizar un país ya disciplinado que asuma como normal el empobrecimiento y exclusión de amplias capas sociales y determinados estrechamientos en las posibilidades democráticas. Los ejemplos estadounidense e inglés tras Margaret Thatcher nos tienen que servir de alerta: el neoliberalismo destruye pero, sobre la derrota de las clases populares, también construye nuevos órdenes y acuerdos. Si la crisis económica parece que tendrá́ un largo recorrido, la ventana de oportunidad abierta puede cerrarse mucho antes si se consuma la ofensiva oligárquica con un cierto reposicionamiento subordinado de un PSOE algo oxigenado y si las élites proceden a una restauración por arriba que asuma la parte más inofensiva de las demandas ciudadanas que hoy no tienen cabida en el orden de 1978 y el rol semicolonial en la Unión Europea.
2. Las elecciones del 25 de mayo de 2014 y el nuevo escenario político.
Las elecciones europeas del 25 de mayo de 2014 no fueron unos comicios más, sino que supusieron un pequeño terremoto en el escenario político que mostró algunos de sus precarios equilibrios y lo endeble de posiciones que parecían muy asentadas.
El dato más relevante es que el Partido Popular, que perdió́ 2,6 millones de votos, y el Partido Socialista Obrero Español, que perdió́ 2,5, juntos apenas alcanzaron el 49% del sufragio. No es sólo que “perdiesen” las elecciones por primera vez en la historia de nuestro sistema de partidos (cuando en las elecciones europeas de 2009 sumaron juntos el 81% del voto), sino, más importante, que se rompió́ el juego de vasos comunicantes por el cual lo que pierde el primer partido de la alternancia lo recibe el otro, en un movimiento que oxigena la pluralidad interna al tiempo que cierra la puerta a la alternativa y salvaguarda los consensos sistémicos que comparten los dos partidos dinásticos.
El elemento fundamental de esta erosión de los principales partidos del régimen –que no todos, no hay que confundir régimen con bipartidismo como hacen otros- es el desgaste y la crisis del PSOE. El Partido Socialista ha sido (tras el papel inicial del PCE y CCOO) el artífice de la integración de las clases subalternas al Estado de 1978 (y por tanto también de las conquistas sociales subordinadas en éste) y pieza clave, después, en su incorporación al pacto social neoliberal. Es quien cierra el espacio político “por la izquierda” y es su crisis la que abre las oportunidades políticas para una nueva mayoría. Si se recompusiera siquiera parcialmente de su desprestigio y sus problemas internos, y postulase un nuevo líder con pocos vínculos simbólicos con el pasado, podría recuperar parte del espacio perdido y estrechar así́ las opciones para una fuerza de ruptura democrática, relativamente transversal dentro del discurso de unidad popular y ciudadana.
La otra amenaza para la expansión de la ruptura sería que el Gobierno pudiese presentar tímidas “evidencias” de que las medidas de ajuste nos han hecho pasar ya lo más duro y que se avecina la recuperación. Por lenta y remota que sea, la narrativa de que se han hecho los deberes más duros y ahora se avecina el tiempo de la cosecha del esfuerzo, es muy peligrosa por la reoxigenación.
Junto con esa ruptura del movimiento de vasos comunicantes, se ha rasgado el mito de la imposibilidad de una mayoría que no pase por el PP y el PSOE, y por tanto de la necesidad de colocarse a uno de sus costados ideológicos. Las elecciones del 25M han mostrado que hay posibilidades de una nueva mayoría, y esa grieta en el imaginario del orden permite avanzar las hipótesis más arriesgadas y audaces, que ya no parecen imposibles para la sociedad. Podemos, con sus 1.245.000 votos y su 8% a nivel estatal, ha irrumpido como una fuerza política con mucha mayor fuerza de la que reflejan los números. No es exagerado decir que estamos hoy en el centro del debate político español: somos el objeto prioritario de los ataques del PP, del PSOE y del oligopolio mediático. La casta se ha mostrado claramente a la defensiva, usando nuestras palabras y corriendo a justificarse, a insultarnos o a vestirse con ropajes nuevos. Los creadores de opinión del régimen están envueltos en una masiva operación de reenmarcado que sitúe la discusión pública no sobre los problemas de España sino sobre situaciones o actores de otro tiempo o que están a miles de kilómetros de distancia; al mismo tiempo, intentan que Podemos no hable más que para defenderse, que se discuta no de lo que dice Podemos sino sobre la “polémica” continua en torno a Podemos, que más allá́ de su veracidad genere un efecto de ruido y alejamiento, así́ como de encasillamiento en una posición simbólica de “extrema izquierda”, ignorando la diversidad de sus votantes y simpatizantes. Podemos ha tenido dificultades hasta ahora burlando esta maniobra de cerco con la que la casta pretende volver a las certezas de antes de la crisis política, pero los principales portavoces de esta ofensiva no tienen hoy el prestigio ni el crédito de antes de la crisis orgánica, lo que lastra su labor y abre la posibilidad de una reacción boomerang entre sectores muy diversos. Lo desmesurado de los ataques también ha ilustrado a ojos de mucha gente el miedo que Podemos ha despertado en los sectores más conservadores del régimen del 78.
Con todo, los resultados del 25M y su impacto en el escenario político español demuestran la validez de la hipótesis de la unidad popular: pese a nuestra fragilidad organizativa -comprensible para una fuerza recién nacida-, hemos abierto una grieta que hoy ha acelerado el tiempo político español, ha sacudido los viejos equilibrios, ha provocado dimisiones y prisas en la recomposición y ha mostrado un posible camino para construir una mayoría política de cambio en un sentido popular en España. Nuestro reto ahora es estar a la altura de la inmensa ola de expectativas y esperanzas que hemos generado. Porque el momento actual presenta diferentes elementos que constituyen una oportunidad política difícilmente mejorable en un contexto no revolucionario: relativa debilidad política del gobierno, ausencia de indicadores positivos –siquiera sea parciales- con los que renovar la confianza en el ajuste, crisis del principal partido de la alternancia en el turnismo, expansión del descontento, espiral ascendente de ilusión popular por la posibilidad del cambio, que principalmente cristaliza en Podemos, y falta de elementos culturales y simbólicos con los que las élites viejas puedan relanzar algún relato para recuperar parte de la confianza y el prestigio perdido.
En un contexto de aguda deslegitimación del conjunto del entramado político e institucional del régimen -que no deja de dar muestras de podredumbre, si bien hasta ahora controlada- Podemos aparece como una fuerza outsider, sin hipotecas (de ahí́ el esfuerzo de los medios del régimen por fabricar una “mochila ideológica” extremista) y en la mejor posición para cosechar el desprestigio del establishment. Esa posición, que nos convierte en un claro referente de la dicotomía “nuevo/viejo” (de las formas participadas y con protagonismo ciudadana y popular frente a las viejas formas de política de élites y despachos), será́ incompatible con el menor caso de corrupción y es hasta cierto punto difícil de mantener en el tiempo cuando nuestra política no sea sólo de construcción de voluntad de cambio sino que se enrede en la gestión, sus necesarias transacciones y compromisos, en un momento de estrechamiento de la autonomía de las instituciones subnacionales frente al plan de ajuste.
Por decirlo en forma directa: el momento es ahora, antes de que los grandes actores y el entramado mediático-financiero y de los aparatos del Estado recompongan parte de la legitimidad perdida al tiempo que despliegan una campaña articulada y previsiblemente brutal contra Podemos. El momento es ahora, también, porque en un Estado moderno con una sociedad civil articulada –y en nuestro caso fuertemente hegemonizada por la derecha- el mero paso del tiempo nos desgasta y nos asienta como un actor más en un sistema de partidos en recomposición, abocándonos a una estrategia de lento crecimiento en un escenario ya estabilizado, en el que sería difícil competir con los partidos políticos grandes que representan a los poderes dominantes. Es ahora, en el momento de la descomposición, cuando Podemos puede ser una palanca que subvierta las posiciones dadas, hoy más bien flotantes y frágiles los equilibrios e identificaciones, y llegue al Gobierno postulando un discurso de excepción para una situación de excepción: todo se cae, lo viejo ha perdido la confianza y la vergüenza, que se vayan todos, hace falta un gobierno nuevo al servicio de la gente; Podemos es esa fuerza, por capacidad, honestidad y voluntad. Esta maniobra puede no darse de inmediato ni en solitario, pero es el tipo de orientación, estilo y perspectiva que nos puede permitir ganar. A ella habría que adaptar el tipo de organización, la política de alianzas y el marco estratégico en el que inscribamos las diferentes iniciativas políticas.
Desde este marco de análisis podemos situar con mejor perspectiva el necesario y crucial debate en torno a las tareas y desafíos que tiene que afrontar Podemos en este ciclo político acelerado y sin duda decisivo. Pensar los siguientes pasos a dar, tanto en los niveles institucionales: elecciones municipales, autonómicas y generales; como organizativos: qué organización a la altura de este presente y sus desafíos, qué herramienta para sumar, articular y conformar una nueva mayoría con voluntad y capacidad de poder político.
Tenemos por delante un año y medio que va a ser decisivo en la historia de nuestro país. Por el propio calendario y el desarrollo de la crisis política, lo electoral está y va a estar en el centro de la disputa política en este ciclo acelerado, aunque no es el único terreno político. Podemos tendrá́ que dotarse de herramientas que le permitan librar esas contiendas con eficacia. La prioridad en lo organizativo que se deriva de un análisis y unos retos como los aquí́ esbozados, es por tanto la de construir en primer lugar una maquina política, discursiva y electoral -que no se limita a la estructura de Podemos y que irradia ya a otros actores- que esté en disposición de aprovechar la ventana de oportunidad de la crisis del régimen de 1978, en un contexto de enorme hostigamiento y maniobras de distracción o de estigmatización, en el mejor de los casos, y de destrucción política en el extremo. Tenemos ante nosotros la posibilidad y la responsabilidad de contribuir decisivamente a la construcción de una voluntad popular nueva para el cambio político en favor de las mayorías sociales. Y la implantación de una economía social y desarrollo sostenible.
Podemos, claro que Podemos.

Results

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